La poesía no sólo no es comunicación; es, antes que nada o
mucho antes de que pueda llegar a ser comunicada, incomunicación, cosa para
andar en lo oculto, para echar púas de erizo y quedarse en un agujero sin que
nadie nos vea, para encontrar un vacío secreto, para adentrarnos en una
habitación abandonada cuya puerta se puede cerrar desde dentro sin que nadie en
el exterior sospeche que una puerta se disimula en el muro, y para estarse allí
en el claustro materno, seguros y escondidos, sin que nadie aparezca, sin que
nadie nos saque a la luz pública, desnudos e indefensos, nos saque y nos
suplicie y nos repita la sorda letanía cotidiana, la letanía aciaga de la
muerte.