lunes, 3 de febrero de 2014

Margaret ATWOOD


Tus hijos se cortan las manos
al acercarse a través del espejo
a donde el ser amado solía guarecerse.

No te lo esperabas,
creías que querían ser felices,
no llenarse de heridas.

Creías que la felicidad
les llegaría simplemente, sin esfuerzo
y sin ningún trabajo,

como el canto de un pájaro,
o una flor en el sendero,
o un banco de peces del color de la plata;

pero ahora se han herido
con el amor, y lloran en secreto,
e incluso tus manos están entumecidas;
porque no puedes hacer nada,
porque no les dijiste que no lo hicieran,
pues no creías que fuera necesario,
y ahora te encuentras todo el cristal roto
y tus hijos, con las manos ensangrentadas,

aún se aferran a las lunas y a los ecos,
al vacío y las sombras,
de la misma manera que tú lo hiciste entonces.