Si
el árabe regresa del desierto, ¡ah!, en las venas le ladran los mastines. Por
eso el nómada es incurable: el desierto es un vino y una droga, enciende una
ira que no se aplaca sino con sangre o lentísimos amores.
Entre
tantos sentidos de muerte que su vida milenaria ha mezclado en sus venas, el
egipcio ha recibido del árabe el sentido más triste: que el deseo de placer constituya
una sed extrema, un sufrimiento que no se calma nada más que en la locura. Este
sentido: que la locura sea como un ensanchamiento del alma, que el premio para
el alma sea la liberación en el placer mortal de los sentidos. [...]